Friday, September 15, 2006

La Historia Sagrada de Oriente Próximo


Puesto que voy a reflexionar acerca del conflicto en Oriente Próximo vaya por delante que no soy pro-judío, ni me siento “hermano menor” de los de la sinagoga. Tampoco me considero un “anti”-nada, excepto cuando ese nada se muestra en los hechos “anti”-Cristo, “anti”-orden cristiano y “anti”-civilización occidental... O lo que de ella quede.
El problema entre palestinos e israelíes tiene solución muy difícil pues están a la greña desde que en el mundo se sabe escribir: palestinos es un gentilicio derivado de philisteos, gentes de la antigua Grecia que ocuparon la costa del norte de Gaza doce siglos antes de Jesucristo. Podríamos remontar nuestras tesis, docenas, hasta Sansón y Dalila, quizás la única vez en que filisteos —“palestinos”— y judíos creyeron entenderse. Lo mismo nos da que Israel esté o no esté en las supuestas tierras palestinas con malas o buenas artes... que sólo pudo calificar en su momento el poder de Inglaterra. Lo que nos importa en esta sección es que el Vaticano clama por palestinos despojados pero nada, incluso sus representativas beatitudes, de que Israel entró en Tierra Santa… nueve siglos después de que los mahometanos se las arrebataran definitivamente a la Cristiandad. Con esta razón sentaríamos inmediato precedente para que la catedral de Sevilla fuera propiedad a devolver a los musulmanes del siglo XIII.
Más coherentes seríamos de centrarnos en defender a los católicos maronitas que en toda su historia sufrieron indeciblemente por amor a la Iglesia; desde la aparición de Marón, aquel gran santo que luchó sin descanso contra las herejías cristianas —la monofisita y los restos de arrianismo— y, sobre todo, contra los musulmanes. En mi opinión, entre los judíos del estado de Israel y los maronitas existe un paralelismo de común trinchera contra el Islam, hoy allí aliado de los palestinos. Ellos también llegaron al Líbano como a tierra de refugio, también la transformaron en patria convirtiendo su pedregoso suelo en fecundo jardín. Aquel único territorio católico que quedaba en Oriente jamás se dejó pisar por los enemigos del cristianismo, muy concretamente los coránicos de la media luna: "Toda la Siria —escribía Jaled, el conquistador árabe—, cayó como un camello, pero sólo el Líbano se mantuvo erguido". En sus trece siglos de existencia es inmedible la sangre maronita que se habrá vertido por Cristo. Cuando Europa logró quitarse de encima al Islam éste aplicó su odio en los católicos del Líbano, en luchas que no protagonizó un Israel inexistente desde el s.I a.C. Fueron así, todavía, los episodios de 1834, 1845, 1860, 1914, 1920, 1925 y posiblemente esta guerra que algunos suponen empezada el 13 de abril de 1975. Deberíamos estar muy atentos y ser más que sensibles a que lo que Roma es —todavía— para los católicos y Armenia para los armenios, lo que Palestina es para los palestinos e Israel para el pueblo judío, así es el Líbano para los maronitas. Una patria que, como la de los israelitas, no existe sin un territorio donde permanecer dignamente, soberanos y en libertad de gobierno pero que, ahora, con Hizbula dentro, puede perderse. En la práctica el estado ya no es maronita ni el territorio. Los que preparan la agenda del Papa deberían trabajar por una pronta visita a aquellos católicos para que no se crean solos y, sobre todo, para evitar que no les quede otro camino que el abrazo chiita. No es atrevido afirmar que las milicias iraníes aman tanto a los cristianos maronitas como el gato al canario.
El Vaticano habla de justicia sin aclarar de qué lado están: “El vaticano está de parte de la paz”, nos sueltan como vaguedad ecléctica que siempre hace bonito. A los israelíes, que así llamamos a los que forman parte del Estado de Israel, sean sionistas, religiosos de cuarenta sectas, sean protestantes, católicos, agnósticos o ateos, no se les puede decir: "La llave de la muerte y de la paz se encuentra en vuestras manos y en las del gobierno que habéis elegido." Un parcialismo gratuito que en semejante avispero no sirve de nada. ¿Acaso “los otros” no existen? Y esto se dijo cuando Israel enfrentaba los focos de terrorismo que le atacaban por todos lados.
Hizbula está en el Líbano, va para veinticinco años, no por amor a los libaneses sino para hostigar a Israel y, de paso, ayudar en la reducción de los maronitas... aliándose con ellos. No recordamos a la Iglesia advirtiendo del peligro que hay tras la frontera del sur, con docenas de facciones excitadas por la mezcla del islamismo con los agitadores comunistas, de los especialistas del marxismo y los agentes de la mezquita. Se supone que también deberían condenarse los actos terroristas de los “oprimidos”, ejecutados indiscriminadamente en supermercados (32 muertos), en autobuses (14 muertos), o en las calles más inocentes. Y no hacemos bien la cuenta, que seguramente olvidamos mucho que contabilizar.
No estamos con Israel pero sí debemos estar a favor de los derechos de un Estado reconocido por la ONU, incluida la España de Franco, de Felipe González y del señor Moratinos. No podemos aceptar la demagogia de los que atizan el terrorismo, su famoso “los vamos a echar al mar”, y luego gritan que les pegan. Lo que aquí señalamos es que la Iglesia tiene la primera obligación de defender a los suyos, especialmente la fe que es lo que les lleva al sacrificio. Nunca torciendo nuestros dogmas como dijo en Casablanca el Papa Juan Pablo II: «Nuestro Dios (Trinidad) es igual al vuestro (“sólo Alá es grande”)».
Parece broma, pero puede que la Historia Sagrada se repita: Irán-Dalila intentará cortarle a Israel-Sansón la melena atómica para que éste haga caer sobre todos nosotros la ruina de los filisteos.
Pedro RIZO

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